Los llamados agujeros negros son
cuerpos con un campo gravitatorio muy grande, enorme. No puede escapar ninguna
radiación electromagnética ni luminosa, por eso son negros. Están rodeados de
una "frontera" esférica que permite que la luz entre pero no salga.
Hay dos tipos de agujeros negros: cuerpos de alta
densidad y poca masa concentrada en un espacio muy pequeño, y cuerpos de
densidad baja pero masa muy grande, como pasa en los centros de las galaxias.
Si la masa de una estrella es más de dos veces la
del Sol, llega un momento en su ciclo en que ni tan solo los neutrones pueden
soportar la gravedad. La estrella se colapsa y se convierte en agujero negro.
Stephen Hawking y los conos luminosos
El científico británico Stephen W. Hawking ha
dedicado buena parte de su trabajo al estudio de los agujeros negros. En su
libro Historia del Tiempo explica cómo, en una estrella que se
está colapsando, los conos luminosos que emite empiezan a curvarse en la
superficie de la estrella.
Al hacerse pequeña, el campo gravitatorio crece y
los conos de luz se inclinan cada vez más, hasta que ya no pueden escapar. La
luz se apaga y se vuelve negro.
Si un componente de una estrella binaria se
convierte en agujero negro, toma material de su compañera. Cuando el remolino
se acerca al agujero, se mueve tan deprisa que emite rayos X. Así, aunque no se
puede ver, se puede detectar por sus efectos sobre la materia cercana.
Los agujeros negros no son eternos. Aunque no se
escape ninguna radiación, parece que pueden hacerlo algunas partículas atómicas
y subatómicas.
Alguien que observase la formación de un agujero
negro desde el exterior, vería una estrella cada vez más pequeña y roja hasta
que, finalmente, desaparecería. Su influencia gravitatoria, sin embargo,
seguiría intacta.
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